Acá no.
Acá no podemos antenderte.
¿Dónde? ¿Dónde sí?
Lejos, creo.
Hasta luego.
La desprotección puede tomar muchas formas. Pero debe dejar a todes la misma sensación: desauciado.
Y cuando el desamparo profundo es novedad, se siente como un derrumbe. Un derrumbe de adoquines pesados, un colapso interno, doloroso.
No somos suficiente para que nos protejan así. ¿Así como?. Bien.
Eso nos dice el sistema una y otra vez. Dependemos de nuestras redes para acceder a lo que necesitamos. Son nuestras redes los principales efectores de nuestra salud. Son quienes acercan los efectores a la demanda, a la necesidad. A lo que somos: a las personas.
Me resulta increíble, de una violencia profundísima que lo que separe la vida y la muerte, y sobre todo la forma de vivir y la forma de morir, sea la clase social, y su ilusión de movilidad: el poder adquisitivo. Ese poder que no es obvio y que se circunscribe a qué podemos empeñar para obtener de lo que hay, pero que no nos toca en el reparto porque no nacimos con esa membresía.
Es violento que la salud pueda ser comprada. Es inaudito que pueda ser negada, habiendo la disponibilidad de conocimiento, de recursos, de instrumentos, de profesionales. Es una verdadera locura la privatización de la salud. Porque ¿cómo puede esto ser negado?
Comentarios
Publicar un comentario